PRENSA - EL PASATIEMPO
Actualidad Artística
Los cazafantasmas
por El Crítico Enmascarado
18 de Marzo de 2015

Teatro: El pasatiempo por El Crítico Enmascarado

Entramos a la sala. Entre las penumbras, vemos la sombra de una biblioteca coronada con una barroca antena de muchas entradas. Se ve, también, un equipo de radioaficionado, un sillón, una suerte de mesita, una puerta trampa y mil pequeñas piezas con las que uno podrá entretener la vista a lo largo de la obra. Más allá de la bella factura de cada uno de los objetos que pueblan el escenario, lo que se transmite a la perfección el espíritu de lugar gastado, transitado y decadente que la obra exige. Se enciende la luz, vemos a Miguel (Rodolfo Demarco), de espaldas a nosotros, ensimismado sobre la radio, habla en un idioma incomprensible mientras, como fantasmas, escuchamos las ondas y las voces que por ahí transitan. Miguel parece querer apagar el equipo, pero el equipo no se apaga. Se pone de pie, recorre el triste espacio, mira de frente a su radio y afirma: “no permito que mi pasatiempo interfiera mis actividades diarias”. Puesta en abismo de toda la obra, El pasatiempo tematizará ese eterno duelo entre la imaginación y la realidad, entre el ocio y el negocio, entre el juego y las obligaciones. Son dos fuerzas irreductibles, que pugnan en los personajes que, en esta puesta, se animan a llevarlas hasta las últimas consecuencias.




Como público, ya desde ese comienzo tenemos motivos para dudar de la salud mental de Miguel. Establecer la narración desde un personaje así nos dejaría sin mucho asidero. Por fortuna, contamos con Ricardo (Fernando Gonet), un pequeño buscavidas de la política. Es un antiguo amigo de infancia de Miguel y es, también, el personaje con el que podemos identificarnos como espectadores, porque es el recienvenido a este extraño mundo. Cuando Miguel activa una puerta de foley (de esas que se usan para hacer efectos de sonido), aparece Quique (Héctor La Porta), el tercer personaje.




Durante buena parte de la obra, nos cuesta hacer sistema de las propuestas y peripecias que surgen, hay muchísimas referencias a unas experiencias vividas que se nos revelan a cuentagotas. ¿Cuál es el oscuro pasado de este trío? ¿Hasta qué punto podemos creer en algo de lo que nos dicen? Hay algo de juego íntimo entre ellos que nos deja afuera y, sin embargo, queremos saber más de ellos porque son interesantísimos, están repletos de salidas originales y, además, son uno de los mejores tríos actorales que podemos ver en el teatro independiente. La actuación está aquí en gran nivel, es muy placentero ver la enorme cantidad de recursos que despliegan, los guiños que van surgiendo, la voz apurada y proveniente de algún extraño cassete aprendido en la vida política de Ricardo, el registro popular y delincuencial de Quique y el siempre a punto de perder la cordura de Miguel, que se pasa la mitad de la obra transformado en un terrorista árabe que habla un mal castellano. Cajas de sorpresas, los personajes siempre sacan cosas sin dejar de ser nunca ellos mismos. Al igual que Ricardo, los espectadores somos secuestrados por esa lógica decadente y maravillosa de los radioaficionados, por ese juego de comunicarse con un otro que está en cualquier otro lado.




Por la extraña coyuntura en la que siempre nos toca vivir, esta pieza tiene una involuntaria y profunda actualidad. Las teorías conspirativas, las escuchas, los asesinatos que no son, todo eso está a la orden del día y podemos leerlo en los diarios. La forma de procesar la realidad que tiene esta obra resulta también potente en ese sentido, es una interpretación delirante pero con una tensión que nos habla de un ahora demasiado cercano y extraño.




La obra se ubica siempre en esa zona intermedia, distanciada, como un misterio a desentrañar entre la extrema lógica de la mentalidad científica del que domina una tecnología y la insanía paranoide de los planes que se proponen (tomar el acuífero guaraní, ofrecer subsidios a un hospital para tapar el ocultamiento de un cadáver, etcétera). El momento de pleno disfrute es el final, cuando los personajes vuelven a ser niños que se han reencontrado, cuando ese pasado compartido que se había sugerido durante toda la obra se vuelve presente. El breve programa de radio que arman entre los tres tiene todo, es el momento del triunfo de la imaginación y el juego, la posibilidad de viajar, de reírse, de armar obritas dentro de la obra, el instante que brinda luz sobre toda la buscada oscuridad que había tenido la obra. Es, además, profundamente conmovedor, porque nosotros vemos a estos adultos jugando con la seriedad de los niños y ahí nos reconocemos, también, como adultos que hemos perdido en algún lado el goce del juego.





Por último, cuesta pensar esta obra sin relación a la dramaturgia y los actores de Alejandro Acobino. Demarco y Gonet fueron la dupla que dio carnadura a Hernanito. Todos los que la hemos visto, hemos sido muy afortunados de asistir a una de las obras argentinas fundamentales del siglo XXI. Hernanito ha inspirado a muchos otros autores y todavía habrán de correr litros de tinta y decenas de nuevas obras que reflexionarán sobre ella. El fantasma de Acobino sobrevuela, también, esta puesta. No sólo por su dúo protagónico, también por algunos temas que son fácilmente identificables como propios de la poética- Acobino:el impulso artístico en personajes decadentes, los programas de radio (pensemos en Continente viril), el trabajo técnico, el final asainetado que un poco nos recuerda a Absentha, en fin, muchos ecos que es difícil no considerar. Pero, más que nada, porque esta obra es la búsqueda de un fantasma, el fantasma de los niños que fueron estos personajes, pero también uno puede pensar que es la búsqueda de ese otro amigo que se hace más y más grande en la puesta. Si el alma queda por algún lado, boyando en ondas eléctricas que se reproducen al infinito, como sugieren los personajes de Elpasatiempo, quizás en esta obra hay un intento de captar eso. El sentir de las obras de Acobino encuentra en la dramaturgia y dirección de Demarco uno de los homenajes más lindos que un autor puede hacerle a otro.

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