PRENSA - VAGO
Agencia Télam
Una estética del conurbano bonaerense
por OSVALDO QUIROGA

Al fin el teatro independiente se interna en las realidades sociales de la pobreza y la marginación. Vago, de Yoska Lázaro, con prólogo y epílogo extraído de la novela de Guillermo Saccomano Cámara Gesell, lo hace con excelentes recursos teatrales.

El problema, incluso, va más allá de este espectáculo que se presenta en el Teatro del Abasto. Las preguntas surgen con naturalidad: ¿Cómo representar la miseria? ¿Qué ética puede sostenerse cuando se vive al margen del sistema? ¿Qué lugar ocupa la política en un barrio carenciado? ¿De qué manera el lenguaje construye una subjetividad acorralada por la subsistencia? Vago es una de las pocas obras que construye una estética a partir del conurbano bonaerense. ¿No sería hora de que otros dramaturgos profundicen en esta dirección?


Yoska Lázaro, al frente de la dirección y la dramaturgia, muestra la situación de abandono y desidia que viven un puñado de personajes a fines de la década del 90. Las políticas de ajuste perpetradas por el menemismo y la ausencia del Estado allí donde su presencia sería imprescindible se imponen aquí a través de la subjetividad de estas criaturas reconocibles y verdaderas. ¿A quién le importan los destinos de un discapacitado como El Nene o de una  prostituta adicta a las drogas como La Mili? A nadie. Y menos en una coyuntura en la que se veneraba al neoliberalismo. Para el capitalismo lo importante siempre ha sido crear consumidores, no ciudadanos. Para eso se valen de distintas estrategias, una de ellas centrada en los medios de comunicación y en la publicidad.

 

El caso de Camacho es distinto. Un puntero barrial, un hombre que construye territorio valiéndose de cierto poder violento que se expresa también en sus relaciones personales. Para él la mujer es una posesión que no se discute. Y a la hora de demostrarlo lo hace a través de una escena memorable, ya que sintetiza las zonas más profundas de su personaje. Camacho es el que consigue dinero, y para lograrlo no le hace asco a nada. Es un pobre tipo, lo que no justifica sus conductas machistas y autoritarias.

 

Pero el personaje más conmovedor es el de La Negra. Y no sólo porque Romina Oslé sea una excelente actriz, capaz de internarse en cada uno de los matices de su papel, sino porque en La Negra hay una ética, un deseo de que algo cambie, una mirada humanista que crece a medida que avanza la representación. La Negra, deseada por El Tute, uno de los soldados de Camacho, despliega un erotismo sutil. Camina siempre por la cuerda floja, pero sabe cómo hacerlo. En su derrotero le dice a cada uno lo que quiere escuchar, pero no se engaña a si misma, y cuándo tiene que jugarse por La Mili lo hace de manera tan inesperada como conmovedora para el espectador.


Lo que ocurre en el escenario del Teatro del Abasto golpea fuerte al público. Es difícil no pensar que  buena parte de la sociedad es la responsable de lo que allí sucede. Porque cuando se desprecia la política, cuando se mira para otro lado, cuando nada se implementa para buscar principios de igualdad, se es cómplice. El desamparo de los personajes de Vago resulta estructural a un sistema que perdura hace ya demasiado tiempo. Pero lo que ha logrado este grupo de admirables actores —Fernando García Valle, Romina Oslé, Marcelo Saltal, Julieta Timossi, Nicolás Blandi— es un hecho teatral de enorme potencia. La puesta en escena de Lázaro ilumina aspectos de una realidad que suele ocultarse. En ningún momento cae en el panfleto o en el golpe bajo. Su teatro es un teatro de situaciones. Lo que le interesa a Yoska Lázaro es mostrar este puñado de soledades tal como son o como las imagina.  Quien no es capaz de comprender este universo o es un necio o es un hipócrita.

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