PRENSA - QUÉ AZUL QUE ES ESE MAR
Cuadernos de Danza
El viaje hacia lo múltiple
por Victoria Castelvetri

Hace un tiempo escribí un texto que se llamaba “el valor de la contemplación” y defendía con uñas y dientes que la acción de contemplar (espectar, observar, estar presentes en lo que está sucediendo sin realizar ninguna acción externa) era valioso. Muchas veces voy y vuelvo de este pensamiento preguntándome qué es lo que pasa cuando miramos danza. Aparecen sensaciones, imágenes. Pero no palabras. Voy a hacer el intento, ahora, de hacerlas aparecer. Paciencia.

“Que azul que es ese mar” fue para mí un viaje. Una propuesta que me llevaba al paso del tiempo, a los tejidos musculares, a la luz que se refleja en los ojos, a la temperatura del aire que entra por la nariz, al color del mar, a mis días de playa, a los vínculos entre los personajes, a los vínculos entre las personas, a los colores, a la luz en los ojos otra vez, al tacto, al amor de pareja, al tedio de pareja, al telón de fondo y a otras cosas que no logro nombrar. Eso podría ser una suerte de narración o descripción de evocaciones, pero lo que hace que sea danza (y no un texto) es que todo eso sucedió al mismo tiempo, no una palabra atrás de otra como acaban de leer, sino todo eso difuminado en un simultáneo que duró una hora.

A medida que fueron pasando los minutos en la obra me fui sumergiendo y las sensaciones se multiplicaban cada vez más, por momentos se aislaban, luego se mezclaban y se aclaraban, siempre volviéndose profundas. Ponerlas en palabras es contradictorio porque en el cuerpo todo se sucede, se siente y se pecibe al mismo tiempo.

La obra nos invita de una forma muy franca a contemplar, nos permite viajar a través de las imágenes, nos predispone a entrar en un estado más sensible.

Aquí debería arriesgar hipótesis sobre qué elementos de la obra son los que crean este estado, pero la complejidad del movimiento, las sensaciones y la construcción hacen que se vuelvan a escapar las palabras. Creo que contribuyen la claridad de la propuesta y la simpleza del relato. En el corto inicial vimos una pequeña historia que nos permite dejar de hacer el esfuerzo de entender (porque el imperativo de entender está siempre presente) para poder atender a la danza. También tenemos a favor las interpretaciones, siempre definidas, sin vacilar, sin prisa pero ajustadas. No hay duda sobre lo que estaban haciendo, se tomaban el tiempo que necesitan para cada cosa y nos dejaban ver...

Entonces vuelvo a pensar: ¿de qué puede hablar la danza? ¿Hay temas sobre los que puede hablar y otros que quedan fuera de sus dominios? Tal vez no puede hablar de nada, porque la danza no habla, la danza mueve. Y sin embargo, en este momento están leyendo algo que acude a una obra de danza para ser escrito. No hay defensa que quiera agregar, acepto las contradicciones de escribir sobre lo que está antes de la palabras.

Cada obra que veo (sobre todo las que me provocan) me hace cambiar de idea sobre esas preguntas. Se mantiene la preferencia por lo sensorial, por las percepciones que están antes de las construcciones susceptibles de ser analizadas en términos proposicionales. Las ganas de estar un rato sin hablar. La contradicción. Un desconcierto a veces placentero, a veces punzante.

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