PRENSA - EL OTRO
Diario Página/12
La identidad según la mirada ajena
por Cecilia Hopkins

TEATRO › GUSTAVO FRIEDENBERG SE INSPIRO EN LA NARRATIVA DE ALICIA STEINBERG PARA EL OTRO

Tras la experiencia surgida de la lectura de La loca 101, el bailarín y coreógrafo encontró su propio discurso en un contrapunto con situaciones planteadas por la autora en Cuando digo Magdalena.



Fragmentaria, irónica y desconcertante, la narrativa de Alicia Steinberg ya inspiró dos obras al joven coreógrafo y bailarín Gustavo Friedenberg. Consideraciones acerca del animal doméstico, estrenada en 2012, surgió de la lectura de la novela La loca 101, en tanto que El otro, actualmente en el Teatro del Abasto (Humahuaca 3549, jueves a las 21), encontró su propio discurso haciendo contrapunto con situaciones que la autora planteó en su novela Cuando digo Magdalena, publicada en 1992. En esta última obra, Friedenberg retrata un mundo que se va armando desde la convivencia silenciosa hasta la llegada de la palabra, con sus reacomodamientos grupales, sus fricciones y sus pactos. Entre la danza y el teatro y sobre la banda sonora de Federico Estévez, la obra hace foco sobre un tema de corte existencialista: la necesidad de reformular constantemente la propia identidad partiendo de la mirada del otro. Un otro que, como un misterioso espejo, reproduce tanto como encandila y distorsiona. Las efectivas interpretaciones están a cargo de Paula Botana, Mariana Ferreiro, Lucía Lacabana, Paula Lena, Debora Longobardi y Marian Moretti.



El primer contacto de Friedenberg con la literatura de Steinberg lo tuvo durante la adolescencia. Años después, cuando debió realizar su tesis de egreso del IUNA, se basó en una investigación sobre el modo de aplicar un modelo literario a la construcción de un espectáculo teatral. Entonces volvió a aquella autora que tanto lo había impactado. Ya en 2011, tras su regreso al país luego de bailar en diversas compañías, Friedenberg se propuso volver al universo de Steinberg, para lo cual se puso en contacto con la autora quien, luego de invitarlo a tomar el té en su casa, continuó el vínculo con el director vía correo electrónico. “Aquel fue un encuentro mágico porque pude poner juntas su literatura y su persona y comprobar que su obra es como era ella misma”, destaca Friedenberg, quien agrega que luego de asistir al estreno de Consideraciones..., Steinberg le dijo que “le divertía ver el mundo que había generado su propio mundo”. Poco después el grupo le organizó un homenaje en el Teatro del Abasto. “Eso fue un jueves –recuerda el director– y sorpresivamente Alicia murió dos días después, el 16 de junio.”



En cuanto a El otro, durante el proceso de su creación, otro texto se sumó al de Steinberg: El animal que luego estoy si(gui)endo, de Jacques Derrida, el cual reforzó la idea de que la mirada del otro es tanto una amenaza como una llamada que es necesario responder. Pero a pesar de estas y otras derivaciones filosóficas, el humor y la calidez animan la pieza: “Quise hacer algo profundo y divertido, como lo es la obra de Alicia”, justifica el director.



–De la obra de Steinberg, ¿qué fue lo que a los 16 años lo cautivó tanto?

–Leer La loca 101 fue un impacto muy grande para mí, un flash, por su modo desaliñado de escribir, su aparente ausencia de orden, su humor. Desde entonces, Alicia forma parte de mi imaginario y de mi manera de pensar el teatro.



–En Cuando digo..., el tema de la memoria tiene un lugar importante y, sin embargo, en esta obra no aparece. ¿Le costó elegir a qué cuestiones referirse y a cuáles no?

–Lo que me entusiasmó fue el tema de la construcción de la propia identidad a través del otro. Sentí que ese texto estaba hablando de mí, especialmente cuando se refiere a lo que es ser judío en un contexto familiar determinado y en un país con mayoría de católicos. Quería referirme a las preguntas acerca de cómo se siente uno en relación con los demás, qué le pasa con el otro o qué le sucede a quien se siente diferente.



–Entonces planteó el tema pero sin hacer una obra sobre el ser judío...

–Claro, porque el judaísmo es aquí sólo una de las formas de ser otro. Cuando aparece en escena Marian Moretti, con sus casi dos metros de altura y un vestuario que puede hacer pensar que sólo puede hablar de sexo, su discurso deja en evidencia que eso que se espera de ella antes de que hable está en la cabeza del que está mirando. Además, en la obra está también el deseo de ser como el otro, de permitirse a jugar a ser como él.



–Entre las miradas que aparecen está la mirada suprema...

–Sí, porque Dios, ese ser que Alicia describe como “bondadoso e ineficaz”, se instala también como una mirada absoluta. A la que también hay que sumar la mirada del público.



–¿Le trae problemas definir su trabajo como danza-teatro?

–Me gustaría dejar de usar el término porque creo que la danza y el teatro no están separados. Mientras estoy trabajando no me preocupo de ponerle un nombre a lo que estoy haciendo. Solamente debo recurrir a esa categoría cuando estoy por estrenar y tengo que decir algo sobre el espectáculo (risas).

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